El periodista José Enrique Guarnizo Álvarez de 30 años, nacido en Ibagué y graduado como comunicador social y periodista de la Universidad de Antioquía, ganó el Premio Internacional Rey de España en la categoría de prensa por un reportaje sobre inmigrantes ilegales africanos y asiáticos que llegan a Urabá, llegan hasta Panamá como parte de su largo viaje hacia EE. UU.
"Urabá, otro 'hueco' entre Colombia y la USA", publicado en el diario El Colombiano el 6 de junio del 2010, aborda la situación de unas personas que huyen de la miseria en sus países y que emprenden un viaje que, a veces, les lleva hasta dos años, sin garantía de supervivencia.
El reportaje, para cuya elaboración el autor se desplazó durante 8 días a Urabá, cuenta los "trucos", tragedias, sinsabores y sueños truncados de los inmigrantes asiáticos y africanos provenientes de Somalia y Buthan, que intentan no contestar haciéndose pasar por mudos o que llevan pasaportes cubanos y no hablan español, todo ello unido a un importante desembolso de dinero. Los inmigrantes, víctimas del maltrato y tráfico de personas, cumplen largos periplos por varios países porque no quieren regresar a sus lugares de origen dadas las condiciones de violencia, pobreza y explotación que viven en esos lugares.
El jurado de la XXVIII edición de los galardones, que convocan anualmente la Agencia EFE y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), consideró que se trata de "un reportaje de gran interés, muy bien redactado y estructurado".
Los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España están dotados con un total de 39.000 euros (unos 53.000 dólares). El Premio Iberoamericano, al igual que el Don Quijote, recibe 9.000 euros (unos 12.000 dólares), mientras que los de las categorías de Prensa, Televisión, Radio, Fotografía y Periodismo Digital, 6.000 euros cada uno (unos 8.000 dólares).
Los galardonados reciben también una escultura en bronce del artista Joaquín Vaquero Turcios. En una fecha por determinar los premios serán entregados en Madrid por el rey Juan Carlos de España.
"Urabá, otro 'hueco' entre Colombia y la USA", publicado en el diario El Colombiano el 6 de junio del 2010, aborda la situación de unas personas que huyen de la miseria en sus países y que emprenden un viaje que, a veces, les lleva hasta dos años, sin garantía de supervivencia.
El reportaje, para cuya elaboración el autor se desplazó durante 8 días a Urabá, cuenta los "trucos", tragedias, sinsabores y sueños truncados de los inmigrantes asiáticos y africanos provenientes de Somalia y Buthan, que intentan no contestar haciéndose pasar por mudos o que llevan pasaportes cubanos y no hablan español, todo ello unido a un importante desembolso de dinero. Los inmigrantes, víctimas del maltrato y tráfico de personas, cumplen largos periplos por varios países porque no quieren regresar a sus lugares de origen dadas las condiciones de violencia, pobreza y explotación que viven en esos lugares.
El jurado de la XXVIII edición de los galardones, que convocan anualmente la Agencia EFE y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), consideró que se trata de "un reportaje de gran interés, muy bien redactado y estructurado".
Los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España están dotados con un total de 39.000 euros (unos 53.000 dólares). El Premio Iberoamericano, al igual que el Don Quijote, recibe 9.000 euros (unos 12.000 dólares), mientras que los de las categorías de Prensa, Televisión, Radio, Fotografía y Periodismo Digital, 6.000 euros cada uno (unos 8.000 dólares).
Los galardonados reciben también una escultura en bronce del artista Joaquín Vaquero Turcios. En una fecha por determinar los premios serán entregados en Madrid por el rey Juan Carlos de España.
Para los interesados en saber de qué trata el reportaje que fue objeto de premiación a continuación lo traemos para ustedes los amantes de uraba una vista al mundo.
Urabá, otro "hueco" entre Colombia y la USA
¿POR QUÉ ESTÁN apareciendo por desbandadas chinos y africanos en Turbo? Este año van 119 deportados de la zona. EL COLOMBIANO encontró a seis inmigrantes deshidratados, con el peso a cuestas de 670 días de viaje. Así es su drama.
En algún paraje del kilómetro 7 en la vía Turbo-Chigorodó, sobre un asfalto abrazado por un calor infernal de 40 grados centígrados, el joven Khimjo Cheng Lama intenta hacerse pasar por mudito.
Pero la pinta lo delata. Es amarillo como la miel, ojirrasgado, chiquito y de pómulos voluminosos. "¡No hay pierde, son Orientales!", dice uno de los policías.
La escena transcurre bajo el sol áspero del golfo. De los pasajeros de un bus intermunicipal que es objeto de una requisa rutinaria, siete no hablan español.
Intentan comunicarse en señas, en medio del trance y la confusión. En el momento, no hay entre los hombres de la Policía de Tránsito de Urabá un bilingüe, un intérprete.
Un agente, cuya fortaleza no es precisamente el inglés, soluciona la disyuntiva de saber si los errantes forasteros tienen hambre, preguntándoles: "¿hamburguer?, ¿hamburguer?".
En efecto nadie entiende. Khimjo Cheng Lama -algo asustado- desciende del bus en compañía de dos hombres de su misma raza. No tienen un solo papel que los identifique. Acaso, algunas fotos en las que se ven asiáticos escuálidos y modestos.
Del mismo vehículo, bajan cuatro morochos que exponen pasaportes cubanos, con visa y sellos colombianos. Uno de ellos incluso lleva el nombre castellano de Luis Alberto Pedroso.
Hubieran podido suplantar a ardientes turbeños. Bastaría con que bailaran regaettón para que el cuero tostado y los dientes refulgentes, se confundieran con aquellos que brotan todos los días en el eje bananero.
Pero aquí tampoco hay pierde. "Un cubano que no hable español y que no sepa ni pronunciar su nombre, como raro. Estos son africanos", dice un funcionario del DAS que llega al lugar.
Los siete extranjeros coinciden en que cargan equipajes escasos, míseros. "No llevan crema dental ni nada. Apenas jabón de azufre. Cargan un palito, una rama de un árbol a la que le rasparon la punta y con eso se lavan los dientes", refrenda un agente.
Los supuestos chinos se niegan a colaborar, aferrándose a un silencio que se prolongará por 36 horas más. Bajo ese mutismo comienza para ellos una travesía de trámites y lágrimas a miles de kilómetros de su patria.
"El hueco" colombiano
En Urabá, los extranjeros indocumentados están apareciendo por desbandadas. Este año, el DAS en Antioquia registra la deportación de 119 inmigrantes, la mayoría de ellos de Eritrea, Somalia, Etiopía y Nepal.
Pero una cosa son los que agarran y, otra, los que se le escurren a las autoridades. "Lo que pasa es que el golfo es muy grande, aparte del muelle en Turbo, hay varios sitios donde el DAS no puede llegar y la Armada no hace presencia", dice un funcionario.
"El waffe", un pequeño malecón rodeado de aguas putrefactas y desde donde salen lanchas todas las mañanas rumbo a Acandí, Capurganá y Sapzurro, es el paso obligado.
Allí solo brillan dos agentes del DAS. "Uno de ellos tiene que montarse a los barcos que están entrando y saliendo y, el otro, está atendiendo en la oficina a franceses, canadienses, gente que tiene papeles en regla y que va para que le alarguen la prórroga", asegura un funcionario de la Alcaldía de Turbo.
No hace mucho, se escaparon nueve orientales. "Estaban en un hotel y solo había un oficial. Cuando llegaron los refuerzos, el muchacho tenía retenidos solo dos. Antes muy verraco. Los demás se le volaron", se escucha de un agente.
Un viejo "coyote"
Francisco es un viejo minero de manos callosas, que en viejas épocas vio cruzar por Acandí turbas de chinos, hindúes y hasta peruanos huyendo de la guerrilla de Sendero Luminoso.
Con sólo tres dientes que le flotan como islotes en la mitad de la cara barbada, dice que por Cacarica y el Parque de los Katíos, aparecen de a 30 ó 40 extranjeros cada tanto.
"Los 'coyotes' cobran cualquier 300, 400 dólares por cabeza. Montaña adentro la travesía es de tres días si van sin mujeres. Los que se encargan de cruzar a la gente cocinan en el trayecto, que va a salir a Yavisa, en Panamá, ahí comienza la carretera Panamericana".
Pero no siempre los sobrecoge la misma suerte. En parte, según el coronel Jaime Ávila Ramírez, comandante de la Policía en Urabá, por el engaño al que son sometidos los indocumentados.
"Les dicen, ¡llegamos, llegamos! Entonces los bajan de las lanchas y se van. Ellos se quedan ahí pensando que lograron el sueño americano y mentiras que no han salido ni siquiera de Chocó", cuenta un policía de la zona.
Este año, el Ejército encontró a un asiático penetrando el tupido Tapón del Darién, a punto de morirse de hambre y con 5 mil dólares entre el bolsillo. "O sea, al tipo lo abandonaron en la selva, lo dejaron solo", prosigue el agente.
Para Ávila, el trayecto por el Darién es inhumano. "Los mosquitos, el calor, la inclemencia del tiempo, la sed, el hambre, es una jungla completa y uno tiene que estar preparado para recorrerla", dice.
Fuentes oficiales que piden reserva de su identidad, aseguran que ya se sabe de una fosa con cuerpos de africanos eritreos. "Les roban la plata y en Acandí los entierran por ahí. Como nadie sabe de ellos, como andan sin papeles, los matan y no pasa nada, nadie se da ni cuenta...".
Por fin hablan
A 36 horas de la retención, los inmigrantes del bus están recostados sobre cuatro colchonetas peladas. El vapor tropical de Apartadó, Antioquia, deja entrar toda su pesadez por la ventana.
Solo tenemos 10 minutos para hablar con ellos. Al vernos entrar en el recinto en el que duermen mientras se surten los trámites administrativos de deportación, se levantan perturbados, a lo mejor pensando que pertenecemos a alguna agencia de seguridad nacional.
Ahora son sólo seis porque uno de ellos resultó ser un africano refugiado en Colombia. Es un señor que, misteriosamente, registra todos sus papeles en regla. Según los investigadores judiciales, este hombre les cobró a los indocumentados por llevarlos hasta Panamá y eso se llama tráfico de personas.
"No está solicitado por Interpol, no tiene orden de captura. Se lavó las manos diciendo que no conocía a los demás. No podíamos privarlo de la libertad. Es más, ni siquiera tenerlo aquí, hubo que dejarlo ir", dijeron las autoridades en Apartadó.
La Policía y el DAS intentaron judicializar a este africano, casado con una colombiana, pero la Fiscal del caso adujo no tener pruebas ni tampoco un intérprete para hacerle entender los derechos.
Una vez conocido el proceso, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) comenzó a seguirle la pista con la Cancillería colombiana, dice una fuente del organismo.
En el centro de un cuarto en el que se mezcla el sudor de varios meses de no bañarse con el olor de la comida, hay un plato vacío con el untado de lo que hace unos minutos eran lentejas con arroz.
Uno de los jóvenes africanos, me dice en un inglés tórrido y a manera de reclamo, que las seis personas, incluyendo los asiáticos, tuvieron que comer de la misma ración y que están muertos del hambre.
"¿Qué comerán en Mogadishu (Somalia), su ciudad de origen?", me pregunto. "Aquí sólo plátano, compadre", quisiera decirle. Kamaal Abdirahman Abdikardi tiene 17 años. Su amigo, Xaaq Addikadir, 20 y Dalmar Abulear Alí es un adolescente de 14.
Han comido poco. Dalmar es flaco, de pelo pegado al cráneo, dientón. Tiene ocho hermanos pequeños. "¿Tienes miedo de vivir allá?", le pregunto. "Si, preferimos morirnos aquí que en Mogadishu", dice.
Personas de inmigración refieren que los africanos en Colombia le corren a los perros. La razón es que, en su país, como mecanismo de tortura, son echados a su suerte entre esos animales.
Pagaron cinco mil dólares
Del rostro de Kamaal salen goterones de sudor y también de lágrimas. "Somos periodistas, amigos", les digo. Entonces Kamaal comienza a soltar su historia sin atajar las palabras.
Dice que su padre murió luego de que un mortero de tropas etíopes cayera sobre su casa el 3 de marzo de 2007. "Yo estaba jugando fútbol al frente. Desde ese día, mi mamá comenzó a conseguir dinero para que yo huyera".
Según la ONU, 14 mil somalíes desesperados salieron en las últimas dos semanas de Mogadishu, "cuando se recrudecieron aún más los enfrentamientos entre las tropas del Gobierno Federal de Transición y los grupos armados de oposición", dijo hace poco Andrej Mahecic, representante en Ginebra de Naciones Unidas.
Un dato no muy lejano a la realidad colombiana: este año 200 mil somalíes han tenido que irse y Kammal, fue uno de ellos. El 2 de mayo, a las 9:00 de la mañana, este muchacho que ahora se seca las lágrimas con la chaqueta, se despidió de su madre. Halitma, así se llama, lo vio perderse entre el paisaje del mar Índico y ni más.
En una mochila, Kammal había guardado algunos pocos trapos y se fue, junto con sus dos amigos del mismo barrio y del mismo clan. Cada uno pagó 5 mil dólares a un hombre que les prometió la "visa para un sueño".
La primera estación fue el aeropuerto de Dubai, luego hicieron escala en Francia y finalmente terminaron en Venezuela, donde fueron arrestados cinco días. Un colombiano les ayudó a pasar por Cúcuta y, también, a comprar por 500 dólares los famosos pasaportes cubanos en la fría Bogotá.
Ecuador es otra ruta. Este país se convirtió desde junio de 2008, en la embocadura perfecta para llegar a Colombia pues, a partir de ese momento, dejaron de exigir cualquier tipo de Visa. De eso da fe Manuel Sáenz, funcionario del DAS en Bogotá. "Si en el 2006 se deportaron 16 ciudadanos (entre africanos y asiáticos), en el 2008 la cifra llegó a 469".
Muchos se preguntan, ¿si es gente tan humilde, de dónde sacan la plata para viajar miles de kilómetros, pagando sobornos y documentos falsos?
El director del DAS, regional Antioquia, Marcel Suárez Romero, dice que en algunos casos, los indocumentados deben pagar dichas deudas con trabajo en Estados Unidos, durante diez años o más. "Es el mismo esclavismo de los tiempos remotos".
¿Quién contesta en Somalia?
Uno de los tres asiáticos -que hasta el momento seguía en esa especie de retraimiento monástico- de un momento a otro rompe su silencio. Es por eso que nos enteramos que su nombre es Khimjo Cheng Lama y que nació el 12 de noviembre de 1993. Tiene apenas tiene 17 años.
Sus compañeros, Babu Lama y Dhorjeme Lama, están, respectivamente, por los 22 y los 35. Parecen desesperados y lo único que atinan a decir, en un inglés aparatoso, es: "Human rights, human rights".
Desde el momento en el que escuchan de nosotros la palabra "friend", se echan a llorar como niños.
Han pasado 670 días desde que emprendieron el periplo. Sus caras -pálidas, deshidratadas- son la prueba irrefutable de ese viaje. No son chinos como se creía. Nacieron en Bhután, una pequeña monarquía de tibetanos que se pierde en las montañas glaciales del Asia central.
Estuvieron en Nepal y Hong Kong. Un año después aparecieron en Bahamas, luego, en Panamá y, por último, salieron a estos platanales de Chigorodó.
Los agentes que los custodian nos dicen que nos tenemos que ir. Entonces nos vamos. Ya afuera, desde el primer piso y a través de la ventana le grito a Kammal que me dé el teléfono de su madre en Mogadishu para avisarle que está bien.
También, le lanzo un lapicero y un cuaderno, pidiéndole que escriba parte de la historia que acabo de contar.
Lo más seguro es que el destino de los seis sea Venezuela, el país por donde ingresaron. La gente del DAS en Medellín luego nos dirá que enviarlos hasta Somalia sería como condenarlos a muerte.
Pero también es muy probable que regresen a intentarlo de nuevo. Aquí, en Apartadó, se conoció el caso de un eritreo que vino siete veces. "Al final, se ubicó en un hotel de Medellín con 15 personas y por esa vía lo expulsamos", nos dicen.
Levanto la bocina y marco el número que me dio Kammal. Son las 11 de la mañana del miércoles 2 de junio. En Mogadishu deben ser las 7:00 de la noche.
El teléfono timbra varias veces. En el primer intento, una grabación en inglés, me dice que llame más tarde. Repito la operación una vez y otra y otra, hasta quedar con la pena en la garganta de no haberle dicho a Halitma, en esa lejura, que su muchacho vive todavía.
Pero la pinta lo delata. Es amarillo como la miel, ojirrasgado, chiquito y de pómulos voluminosos. "¡No hay pierde, son Orientales!", dice uno de los policías.
La escena transcurre bajo el sol áspero del golfo. De los pasajeros de un bus intermunicipal que es objeto de una requisa rutinaria, siete no hablan español.
Intentan comunicarse en señas, en medio del trance y la confusión. En el momento, no hay entre los hombres de la Policía de Tránsito de Urabá un bilingüe, un intérprete.
Un agente, cuya fortaleza no es precisamente el inglés, soluciona la disyuntiva de saber si los errantes forasteros tienen hambre, preguntándoles: "¿hamburguer?, ¿hamburguer?".
En efecto nadie entiende. Khimjo Cheng Lama -algo asustado- desciende del bus en compañía de dos hombres de su misma raza. No tienen un solo papel que los identifique. Acaso, algunas fotos en las que se ven asiáticos escuálidos y modestos.
Del mismo vehículo, bajan cuatro morochos que exponen pasaportes cubanos, con visa y sellos colombianos. Uno de ellos incluso lleva el nombre castellano de Luis Alberto Pedroso.
Hubieran podido suplantar a ardientes turbeños. Bastaría con que bailaran regaettón para que el cuero tostado y los dientes refulgentes, se confundieran con aquellos que brotan todos los días en el eje bananero.
Pero aquí tampoco hay pierde. "Un cubano que no hable español y que no sepa ni pronunciar su nombre, como raro. Estos son africanos", dice un funcionario del DAS que llega al lugar.
Los siete extranjeros coinciden en que cargan equipajes escasos, míseros. "No llevan crema dental ni nada. Apenas jabón de azufre. Cargan un palito, una rama de un árbol a la que le rasparon la punta y con eso se lavan los dientes", refrenda un agente.
Los supuestos chinos se niegan a colaborar, aferrándose a un silencio que se prolongará por 36 horas más. Bajo ese mutismo comienza para ellos una travesía de trámites y lágrimas a miles de kilómetros de su patria.
"El hueco" colombiano
En Urabá, los extranjeros indocumentados están apareciendo por desbandadas. Este año, el DAS en Antioquia registra la deportación de 119 inmigrantes, la mayoría de ellos de Eritrea, Somalia, Etiopía y Nepal.
Pero una cosa son los que agarran y, otra, los que se le escurren a las autoridades. "Lo que pasa es que el golfo es muy grande, aparte del muelle en Turbo, hay varios sitios donde el DAS no puede llegar y la Armada no hace presencia", dice un funcionario.
"El waffe", un pequeño malecón rodeado de aguas putrefactas y desde donde salen lanchas todas las mañanas rumbo a Acandí, Capurganá y Sapzurro, es el paso obligado.
Allí solo brillan dos agentes del DAS. "Uno de ellos tiene que montarse a los barcos que están entrando y saliendo y, el otro, está atendiendo en la oficina a franceses, canadienses, gente que tiene papeles en regla y que va para que le alarguen la prórroga", asegura un funcionario de la Alcaldía de Turbo.
No hace mucho, se escaparon nueve orientales. "Estaban en un hotel y solo había un oficial. Cuando llegaron los refuerzos, el muchacho tenía retenidos solo dos. Antes muy verraco. Los demás se le volaron", se escucha de un agente.
Un viejo "coyote"
Francisco es un viejo minero de manos callosas, que en viejas épocas vio cruzar por Acandí turbas de chinos, hindúes y hasta peruanos huyendo de la guerrilla de Sendero Luminoso.
Con sólo tres dientes que le flotan como islotes en la mitad de la cara barbada, dice que por Cacarica y el Parque de los Katíos, aparecen de a 30 ó 40 extranjeros cada tanto.
"Los 'coyotes' cobran cualquier 300, 400 dólares por cabeza. Montaña adentro la travesía es de tres días si van sin mujeres. Los que se encargan de cruzar a la gente cocinan en el trayecto, que va a salir a Yavisa, en Panamá, ahí comienza la carretera Panamericana".
Pero no siempre los sobrecoge la misma suerte. En parte, según el coronel Jaime Ávila Ramírez, comandante de la Policía en Urabá, por el engaño al que son sometidos los indocumentados.
"Les dicen, ¡llegamos, llegamos! Entonces los bajan de las lanchas y se van. Ellos se quedan ahí pensando que lograron el sueño americano y mentiras que no han salido ni siquiera de Chocó", cuenta un policía de la zona.
Este año, el Ejército encontró a un asiático penetrando el tupido Tapón del Darién, a punto de morirse de hambre y con 5 mil dólares entre el bolsillo. "O sea, al tipo lo abandonaron en la selva, lo dejaron solo", prosigue el agente.
Para Ávila, el trayecto por el Darién es inhumano. "Los mosquitos, el calor, la inclemencia del tiempo, la sed, el hambre, es una jungla completa y uno tiene que estar preparado para recorrerla", dice.
Fuentes oficiales que piden reserva de su identidad, aseguran que ya se sabe de una fosa con cuerpos de africanos eritreos. "Les roban la plata y en Acandí los entierran por ahí. Como nadie sabe de ellos, como andan sin papeles, los matan y no pasa nada, nadie se da ni cuenta...".
Por fin hablan
A 36 horas de la retención, los inmigrantes del bus están recostados sobre cuatro colchonetas peladas. El vapor tropical de Apartadó, Antioquia, deja entrar toda su pesadez por la ventana.
Solo tenemos 10 minutos para hablar con ellos. Al vernos entrar en el recinto en el que duermen mientras se surten los trámites administrativos de deportación, se levantan perturbados, a lo mejor pensando que pertenecemos a alguna agencia de seguridad nacional.
Ahora son sólo seis porque uno de ellos resultó ser un africano refugiado en Colombia. Es un señor que, misteriosamente, registra todos sus papeles en regla. Según los investigadores judiciales, este hombre les cobró a los indocumentados por llevarlos hasta Panamá y eso se llama tráfico de personas.
"No está solicitado por Interpol, no tiene orden de captura. Se lavó las manos diciendo que no conocía a los demás. No podíamos privarlo de la libertad. Es más, ni siquiera tenerlo aquí, hubo que dejarlo ir", dijeron las autoridades en Apartadó.
La Policía y el DAS intentaron judicializar a este africano, casado con una colombiana, pero la Fiscal del caso adujo no tener pruebas ni tampoco un intérprete para hacerle entender los derechos.
Una vez conocido el proceso, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) comenzó a seguirle la pista con la Cancillería colombiana, dice una fuente del organismo.
En el centro de un cuarto en el que se mezcla el sudor de varios meses de no bañarse con el olor de la comida, hay un plato vacío con el untado de lo que hace unos minutos eran lentejas con arroz.
Uno de los jóvenes africanos, me dice en un inglés tórrido y a manera de reclamo, que las seis personas, incluyendo los asiáticos, tuvieron que comer de la misma ración y que están muertos del hambre.
"¿Qué comerán en Mogadishu (Somalia), su ciudad de origen?", me pregunto. "Aquí sólo plátano, compadre", quisiera decirle. Kamaal Abdirahman Abdikardi tiene 17 años. Su amigo, Xaaq Addikadir, 20 y Dalmar Abulear Alí es un adolescente de 14.
Han comido poco. Dalmar es flaco, de pelo pegado al cráneo, dientón. Tiene ocho hermanos pequeños. "¿Tienes miedo de vivir allá?", le pregunto. "Si, preferimos morirnos aquí que en Mogadishu", dice.
Personas de inmigración refieren que los africanos en Colombia le corren a los perros. La razón es que, en su país, como mecanismo de tortura, son echados a su suerte entre esos animales.
Pagaron cinco mil dólares
Del rostro de Kamaal salen goterones de sudor y también de lágrimas. "Somos periodistas, amigos", les digo. Entonces Kamaal comienza a soltar su historia sin atajar las palabras.
Dice que su padre murió luego de que un mortero de tropas etíopes cayera sobre su casa el 3 de marzo de 2007. "Yo estaba jugando fútbol al frente. Desde ese día, mi mamá comenzó a conseguir dinero para que yo huyera".
Según la ONU, 14 mil somalíes desesperados salieron en las últimas dos semanas de Mogadishu, "cuando se recrudecieron aún más los enfrentamientos entre las tropas del Gobierno Federal de Transición y los grupos armados de oposición", dijo hace poco Andrej Mahecic, representante en Ginebra de Naciones Unidas.
Un dato no muy lejano a la realidad colombiana: este año 200 mil somalíes han tenido que irse y Kammal, fue uno de ellos. El 2 de mayo, a las 9:00 de la mañana, este muchacho que ahora se seca las lágrimas con la chaqueta, se despidió de su madre. Halitma, así se llama, lo vio perderse entre el paisaje del mar Índico y ni más.
En una mochila, Kammal había guardado algunos pocos trapos y se fue, junto con sus dos amigos del mismo barrio y del mismo clan. Cada uno pagó 5 mil dólares a un hombre que les prometió la "visa para un sueño".
La primera estación fue el aeropuerto de Dubai, luego hicieron escala en Francia y finalmente terminaron en Venezuela, donde fueron arrestados cinco días. Un colombiano les ayudó a pasar por Cúcuta y, también, a comprar por 500 dólares los famosos pasaportes cubanos en la fría Bogotá.
Ecuador es otra ruta. Este país se convirtió desde junio de 2008, en la embocadura perfecta para llegar a Colombia pues, a partir de ese momento, dejaron de exigir cualquier tipo de Visa. De eso da fe Manuel Sáenz, funcionario del DAS en Bogotá. "Si en el 2006 se deportaron 16 ciudadanos (entre africanos y asiáticos), en el 2008 la cifra llegó a 469".
Muchos se preguntan, ¿si es gente tan humilde, de dónde sacan la plata para viajar miles de kilómetros, pagando sobornos y documentos falsos?
El director del DAS, regional Antioquia, Marcel Suárez Romero, dice que en algunos casos, los indocumentados deben pagar dichas deudas con trabajo en Estados Unidos, durante diez años o más. "Es el mismo esclavismo de los tiempos remotos".
¿Quién contesta en Somalia?
Uno de los tres asiáticos -que hasta el momento seguía en esa especie de retraimiento monástico- de un momento a otro rompe su silencio. Es por eso que nos enteramos que su nombre es Khimjo Cheng Lama y que nació el 12 de noviembre de 1993. Tiene apenas tiene 17 años.
Sus compañeros, Babu Lama y Dhorjeme Lama, están, respectivamente, por los 22 y los 35. Parecen desesperados y lo único que atinan a decir, en un inglés aparatoso, es: "Human rights, human rights".
Desde el momento en el que escuchan de nosotros la palabra "friend", se echan a llorar como niños.
Han pasado 670 días desde que emprendieron el periplo. Sus caras -pálidas, deshidratadas- son la prueba irrefutable de ese viaje. No son chinos como se creía. Nacieron en Bhután, una pequeña monarquía de tibetanos que se pierde en las montañas glaciales del Asia central.
Estuvieron en Nepal y Hong Kong. Un año después aparecieron en Bahamas, luego, en Panamá y, por último, salieron a estos platanales de Chigorodó.
Los agentes que los custodian nos dicen que nos tenemos que ir. Entonces nos vamos. Ya afuera, desde el primer piso y a través de la ventana le grito a Kammal que me dé el teléfono de su madre en Mogadishu para avisarle que está bien.
También, le lanzo un lapicero y un cuaderno, pidiéndole que escriba parte de la historia que acabo de contar.
Lo más seguro es que el destino de los seis sea Venezuela, el país por donde ingresaron. La gente del DAS en Medellín luego nos dirá que enviarlos hasta Somalia sería como condenarlos a muerte.
Pero también es muy probable que regresen a intentarlo de nuevo. Aquí, en Apartadó, se conoció el caso de un eritreo que vino siete veces. "Al final, se ubicó en un hotel de Medellín con 15 personas y por esa vía lo expulsamos", nos dicen.
Levanto la bocina y marco el número que me dio Kammal. Son las 11 de la mañana del miércoles 2 de junio. En Mogadishu deben ser las 7:00 de la noche.
El teléfono timbra varias veces. En el primer intento, una grabación en inglés, me dice que llame más tarde. Repito la operación una vez y otra y otra, hasta quedar con la pena en la garganta de no haberle dicho a Halitma, en esa lejura, que su muchacho vive todavía.
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